Decir lo que el pueblo quiere escuchar y lo que los medios quieren divulgar

Quizás es mejor el olvido de lo bueno que fue excepcionalmente este país en ese momento estelar de su historia entre 1936 y 1945 porque la ilusión de que era posible extraer renta del subsuelo para siempre, lo que el mundo tardó el tiempo inmemorial en almacenar, se disipó con un desorden tan grande en estos tiempos que pareciera que toda la pobreza aparentemente superada se fue acumulando en algún subsuelo de incivilidad y se nos muestra al rostro como como fatal arrogancia. Hay cosas irreversibles, pero también oportunidades si se aplica un saber diferente y se reconstruye la confianza, lo que nos sirvió como conocimiento en el pasado ya no existe.

¿Porqué en Venezuela en medio de una pavorosa crisis económica, moral, política, sanitaria y más, se mal utiliza el tiempo en cadenas de mensajes que se repiten muchas veces, cuya naturaleza no abunda en diagnósticos documentados y es de escaso contenido en términos de propuestas y acciones? ¿Cuáles serán los alicientes de un discurso sesgado, por la manipulación y el uso exagerado de falacias, con consciencia o sin ella, sufre?

En nuestro país el uso de falacias del discurso es extendido, entre ellas la «ad-populum». Es corriente el razonamiento de que hay que hablar como lo quiere el pueblo, como si el hecho de que a la generalidad le gusta el lenguaje agresivo, entonces esa sea la mejor estrategia para hacer frente al autoritarismo. Sin saberlo quien cultiva esa práctica olvida que forma parte de las herramientas de las dictaduras para la opresión y el quiebre moral de quien no piensa igual, es uno de los signos del autoritarismo, no puede ser parte de los recursos de quienes reivindican la lucha por la democracia.

Últimamente hasta en medios académicos y de reflexión política el discurso se ha desviado hacia esos contenidos, justificándolos con el pretexto de que hay que darse a respetar y perder el miedo, hay que hablar y responder a los adversarios en sus términos, es la falacia «ad-hóminen» a la cual se suma la «ad-populum» como la mayor combinación tóxica para cualquier propuesta de reformas económicas e institucionales, pues distrae el contenido de la verdadera lucha por la democracia y la definición futura de un país. Ese atropello, verbal y escrito del otro, forma parte del modo populista-iliberal de hacer política y es precisamente lo que queremos no ocurra a jamás.

Otro estorbo a la razón lo constituye la falacia la «ad-verecundiam», fatalidad bajo la cual sólo son válidos los argumentos si algún experto o autoridad lo enuncia, en tanto no ocurra, ningún razonamiento por bien fundado y documentado no será tenido en cuenta, es el imperio del «Magister dixit» (el maestro dijo). Confluyen de esta manera el reforzar al pueblo en creencias objetivamente equivocadas al querer supuestamente hablar en su lenguaje, difundir argumentos evidentemente falaces porque la gente quiere escucharlos propagando contenidos sin validación porque algún experto lo dijo.

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