Cómo cambiará el mundo luego de la pandemia - Caso Venezuela

La democracia acorralada

La democracia  es un modelo deliberativo permanente sobre el cómo se participa y cómo se comparte aquello para lo cual a cada uno por su propia cuenta le sería imposible alcanzar sin afectar de manera crucial la vida de otro. Estamos ante una complejidad extrema normativa conforme al estado del arte en la actualidad, es equivalente a decir que la solución es política y no científica. La democracia se encuentra acorralada y podría ser la víctima mayor de la pandemia. El problema decisivo es el de la desconfianza como recurso estratégico del autoritarismo en su variante populista. La disrupción tecnológica ha facilitado por la vía mediática la descalificación de la esencia de la deliberación: ha socavado las bases de un lenguaje común para delinear la certeza de las cosas a través de la relativización de la verdad y del declive de la confianza entre todos y hacia todos. Es la esencia de eso que ahora denominamos como “posverdades”.

Otro aspecto relevante, es la “infoxicación” ese fenómeno que sofoca la verdad en las redes y es la vía efectiva para acciones cuyo desenlace esperado por quienes detentan el poder, es la perpetuidad, su eternización en el mismo. Desde el uso del llamado “comunismo”, de que existe un complot desde China para imponerse como hegemonía mundial y de la idea de la superioridad de los estilos de democracia occidental que privilegian el ideal del ciudadano en términos de autonomía sobre el reconocimiento de que tenemos una vida compartida, son los signos de un desbarajuste que puede conducir a un mundo con países cerrados en sí mismos, nacionalistas y autoritarios. Hay responsabilidades en el manejo de la información por parte de China, hay responsabilidades en el primer mundo occidental por la presencia estados carentes de un enfoque de bien común, hay casos como el nuestro que de tanto vivir en una precariedad extrema, peor que la propia pandemia, ha recreado, por el momento, en nuestra sociedad una condición anti-frágil de bajo impacto del COVID-19.

Lo que vendrá guarda relación con el restablecimiento de una democracia deliberativa fundada en la confianza, con mecanismos institucionales y reglas que permitan una suerte de lenguaje común para poder lograr acuerdos y hacer llevaderos los desacuerdos. Desde nuestra independencia en lugar de convertirnos en república, nuestro sistema social ha seguido el camino contrario: fundado en la dependencia de la gente y no en su empoderamiento. Sólo los atisbos de un relato con visión de futuro se vivieron luego del “Programa de Febrero de 1936” -cuyos alcances socioeconómicos son referencia mundial desarrollo- y se asomaron con el ensayo abortado de la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (COPRE) creada en 1984.

La democracia iliberal o populismo

El COVID-19 acelerará los procesos autoritarios que han debilitado a la democracia en el mundo, transformando la gobernanza de muchos países en democracias parciales, tuteladas que ahora son agrupadas en una nueva categoría como «iliberales». En diferentes escalas son sistemas de gobernanza en los cuales tienen lugar elecciones, pero la gente en diversos grados, según sus vínculos con quienes ejercen el poder, está separada del conocimiento sobre el ejercicio del poder bajo el sometimiento por la carencia de libertades civiles, es un mundo en el cual la «sociedad abierta» podría ser la excepción a la regla.

Si el escenario se propaga se hará posible el arraigo de una cultura de países “probablemente libres”, entre democracia y autoritarismo, con una “iliberalidad” en la cual todo es posible aun coexistiendo instituciones que supuestamente limitarían los poderes de gobierno, ya que quienes están en el gobierno pueden saltarse las contingencias de cualquier constitución, como ocurre en Rusia, Tailandia, Venezuela, Singapur, … como puede acontecer en cualquier país en los cuales quienes los dirigen atacan a la prensa, amenazan a los adversarios con prisión y hasta coartan o impiden elecciones si perciben que pueden ser derrotados.

Ningún país se encuentra hoy inmunizado frente a la “iliberalidad” como amenaza autoritaria. El populismo y su estadio superior de evolución “iliberal” pueden acentuar su virulencia en el mundo bajo el argumento de la amenaza del COVID-19 y de su interpretación política como un complot en el cual hubo intencionalidad o responsabilidad política en el conflicto comercial entre EE. UU. y China.

Por último, un signo de transmutación del populismo en “iliberalidad”  lo constituye la presencia de rasgos de un autoritarismo competitivo toda vez que asegura su perpetuidad en el poder y deja de hacerle falta la emisión irresponsable de dinero y la asfixia regulatoria.

Las “criptomonedas” y la pérdida de control del dinero

El futuro no existe, es imprevisible, sin propósito final, ni tendencia única, ni nada que le obligue a algo diferente a un va y viene entre la incertidumbre y el desorden medianamente controlado. El futuro es un albur, es ésta  fatalidad la que más agudiza nuestro vacío existencial actual, pues dedicamos gran parte de nuestra actividad a reflexionar sobre el mañana, reflexión que condiciona paradójicamente el comportamiento presente. Quien realmente necesita sentido de propósito es el ser humano. Esta ausencia de certeza, obliga a reflexionar más sobre el porvenir y a ser más prospectivos en nuestra actuación cotidiana. Los signos del tiempo que viene están marcados por el desorden y por los desequilibrios dinámicos. Es inevitable nuestra adaptación para armonizar en un ambiente donde la norma es y será la turbulencia.

Los protocolos de conducción mundial han escaparon a la ilusión de armonía y control por parte de la humanidad, no por ello dejará de ser importante el logro de compromisos que nos conduzcan a la prosperidad cuando se acertemos en materia de acuerdos y de política pública sobre el cómo intervenir y cuándo dejar en paz al sistema sujeto a sus mecanismos de auto-regulación. Son tiempos de inevitables perjuicios involuntarios causados al ambiente y a la manera como interactuamos unos y otros, con impactos de los cuales nos percatamos cuando ya es demasiado tarde, impactos con riesgo mayor sobre el planeta y sobre la supervivencia de la gente.

Con respecto al dinero son dos opciones sobre un acontecimiento que muestra sus signos: hay una expansión “terciaria” de la oferta de dinero cuya resolución en el caso de errores de política económica deja al mercado con las inevitables consecuencias sociales tal como se han presentado con el desorden en el suministro y distribución de combustible en Venezuela. Pero, está la razonabilidad de una actuación que a través de los propios mecanismos auto-reguladores del mercado con el menor costo social posible, pues lo importante es la incidencia sobre el proceso y no el control de lo incontrolable: el precio como resultado. Hay expansión “terciaria” de dinero que rige en el mercado cambiario de Venezuela y deja sin explicación al correaje entre la emisión irresponsable de dinero y a la propia creación complementaria de dinero expresado fundamentalmente en $USD, la teoría y práctica del saber monetario ha escapado al simplismo lógico de lo conocido. Hay señales de que el mercado tanto en nuestro país como en el mundo está deslizando hacia un sistema relativamente autónomo de “criptomonedas” y no se trata de un complot. En los albores de la humanidad las grandes tragedias se les endosaba a un castigo divino, ahora domina como explicación de todo la “teología” mediática del complot, de una intervención intencionada de un algo que ni siquiera explican.

La anti-fragilidad de los débiles

Es muy probable que el mundo le tome hasta cinco veces el tiempo de la duración crítica de la pandemia para restaurar su operatividad, sin embargo la recuperación no será del tamaño de la capacidad productiva, antes de la misma, porque vendrá un período de deliberación mundial con protocolos adicionales para el control de las formas de vida y de la movilización de la gente, de los bienes, materias primas e insumos al interior de los países y a nivel de comercio internacional que va a suponer unos costos adicionales, es el escenario más conveniente.

Venezuela, lleva 75 años de paulatina adopción de un populismo fundamentado en la extracción estéril de renta petrolera y 21 años de populismo autoritario con una involución y devastación jamás vista de la infraestructura física y moral de un país. Los venezolanos han sobrevivido, sin tener consciencia de ello, a todo tipo de penuria con una brutal reducción de su bienestar material desde el año 2012. Sin embargo, quienes han sobrevivido han desarrollado desde la adversidad una capacidad para sobreponerse a las adversidades inimaginables, es decir se han fortalecido -cosa bien diferente a afirmar “han resistido”-, pues han desarrollado anti-fragilidad ya que desde 1974 fueron perdiendo sus capacidades para restaurar la fortalezas a su nivel anterior -la conocida resiliencia-.

La confianza fundada en la innovación frugal para asegurar los mecanismos auto-reguladores y anti-frágiles del mercado y de la sociedad

Así se recuperen los precios del petróleo y la producción nacional, se supere el COVID-19 y exista una base pequeña de gente y de PYMES anti-frágiles, la superación de la crisis que sufre el país por su condición estructural-cultural llevará tiempo y será posible en el momento en que una nueva manera de vivir con sentido de propósito y un nuevo relato de país  estén claros para un número suficiente de venezolanos con capacidad de alinear y movilizar la sociedad hacia una auténtica democracia deliberativa.

La adquisición de los bienes y servicios de consumo final, materias primas e insumos, partes y piezas para producir, de origen extranjero, no será algo fácil como extender una orden de compra para la importación; previamente habrá que generar las divisas para hacerlo. La ayuda internacional tampoco llegará sin el ofrecimiento de proyectos que aseguren tanto la posibilidad de pago del capital y de su servicio como el retorno en términos de estabilidad sociopolítica.

El factor clave de éxito lo constituye la confianza, en un medio de extrema escasez e incertidumbre solo la esperanza de poder delegar, de creer en el otro, con una actitud prospectiva, es la forma de lograr el éxito de los emprendimientos. En la medida de que ese futuro inevitablemente depende de la acción de otro, habrá que dejar de preocuparse por el control de los demás y del tiempo. No existe opción, hay que creer que los otros serán capaces de actuar de manera consensual frente a cualquier situación y hay que pensar en la creación de capacidades para que la gente pueda resolver los problemas en el mismo lugar donde se originan.

No se puede esperar en caso de restablecimiento de la democracia y del estado de derecho que todo esté resuelto, tres factores lo condicionan, primero, la arraigada cultura populista en Venezuela bajo la cual se supone que cualquier cosa puede ser considerada  como verdad sin necesidad de consistencia argumentativa, ni de evidencias probatorias, segundo, que existen unas condiciones materiales que solo permiten logros bajo la liberación del mercado de los incentivos perversos que promueven en las acciones individuales intereses contrarios al interés general, es un asunto de estado, pero es también un asunto de cultura cívica, y tercero, la necesaria consciencia de que la actividad humana consiste en una adecuada armonía con el medio ambiente en el uso del dinero, la energía, la materia y la información con el más bajo desorden posible.

A nivel local y regional es condición necesaria una cultura de confianza que hemos llamado el “poder de la asociatividad”, nada más propicio que copar los teatros de poder público para crear una unidad transdisciplinaria, con participación de la academia, los gremios profesionales, las cámaras empresariales, todos juntos para generar capital social, empoderamiento.

 

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