Éxito o fracaso económico de un país es el buen o el mal resultado de su conducción económica.

El discurso político en Venezuela debe incluir la esfera económica como proceso de formulación de política económica sujeta a análisis previo de impacto, de manera que evite el aprovechamiento del poder discrecional y de información privilegiada por parte de quienes gobiernan y de sus aliados de ocasión en detrimento de la mayoría. Los recursos para el financiamiento del gasto público deben excluir la emisión irresponsable de dinero y fundamentarse en la consecución de tributos de una economía privada eficiente. Exigir al gobierno un comportamiento económico adecuado acorde con el estado del arte de la economía es también válido y es una acción política moralmente conveniente.

El populismo en Venezuela como cultura tiene un arraigo tan grande que hasta el presente ha generado una explosión de demandas de consumo corriente constituyéndose en un obstáculo para la acumulación necesaria de capital, para el crecimiento económico y para la creación de empleo formal y estable. El mercado político asentado sobre la demagogia conduce al exceso de oferta de promesas que difícilmente pueden cumplirse, pero el intento del populista en ejercicio de gobierno por cumplir sus promesas transforma al estado en una fuente productora de ineficiencias. La única forma de que esa generación de ineficiencias no sea visible es que el estado posea una fuente exógena de recursos bajo su control, sea petróleo, diamantes, cobre, metales preciosos que se transforme en una abundante afluencia de divisas que le permita gastar sin la amenaza de inflación o recesión, en tanto los precios internacionales de esas mercaderías no se reduzcan.

Esta variante populista solo puede perpetuarse cuando un país posee importantes recursos naturales estratégicos de los cuales extrae rentas y las distribuye bajo la forma de gasto público o directamente mediante el ejercicio del poder discrecional. Esta distribución de rentas se hace en favor de las élites en gobierno y de sus aliados de ocasión y permea desde allí hacia toda la sociedad de manera desigual e injusta, asentándose de manera difusa mediante la extorsión social de las dádivas. Este contexto favorece en la gente un comportamiento sesgado hacia lo inmediato y enfocado hacia la búsqueda de toda la satisfacción que sea posible en el presente sin anteponer ningún esfuerzo emprendedor de creación de valor futuro. Una gran parte de la población sometida económica y moralmente puede preferir la prebenda ocasional si estiman que no sobrevivirán en un modo de gobernanza diferente que tan solo ofrece resultados sin decir cómo alcanzarlos.

El populismo fundado en la extracción perversa de rentas y la extorsión social, luego de la insuficiencia o agotamiento de los recursos naturales, solo puede extender su existencia apalancado en la emisión irresponsable de dinero y la asfixia regulatoria que a la larga le resultan insuficientes, en su etapa final solo le resta la mercantilización de la justicia y de las instituciones responsables de la seguridad. Pero, ese entramado de poder político asentado en la discrecionalidad arbitraria y de poder económico afianzado en los mercados negros, se hacen cada vez más poderosos y colocan en riesgo hasta los mismos autócratas en ejercicio de gobierno que les han promovido. A la larga como ha ocurrido en la mayoría de las autocracias, a los gobernantes en esa condición solo les resta la alternativa de lograr una gobernanza económicamente exitosa.

En los países autoritarios con diferentes formas de gobernanza, la perpetuación en el poder a largo plazo se fundamenta en una eficiente economía de mercado por conveniencia como son los casos de China, Vietnam, Turquía, Hungría, … El logro económico de esas autocracias tiene su origen en el esfuerzo de alineación entre las preferencias de los individuos como ciudadanos que “votan” por un Estado que asigna recursos que no poseen y las preferencias como individuos con las que logran crear valor través del mercado como emprendedores. Hay tantas evidencias que validan o refutan, la buena o mala práctica de la economía independientemente de la condición autoritaria, democrática e incluso hasta populista de un país. Quizás la demolición económica de un país obedezca a la incompetencia de quienes gobiernan y utilizan cualquier subterfugio ideológico para ocultarla. 

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