El índice de miseria de Venezuela II (Comentarios del Profesor Frank Oswaldo López)

Extracto
Los países no llegan a las dictaduras, ni por la destrucción de su aparato económico, ni por sus grandes déficits sociales, sino por la destrucción de su aparato político institucional o por sus grandes déficits de institucionalidad democrática.

Estimado Francisco:
Te saludo en la oportunidad de hacerte llegar mis consideraciones sobre tus reflexiones relativas al Índice de Miseria en Venezuela.

  1. Lo primero que observo es que en Venezuela, tanto el Índice de Miseria de Arthur Okun, calculado mediante la inflación y el desempleo, como el de Steve Hanke, donde se incluyen además la tasa de interés y la variación per-cápita del PIB, en ambos casos el comportamiento de la hipótesis del cambio asociado a este índice queda falsada. Ello si consideramos que, en ambos índices, de los 15 casos estudiados (desde 1950 hasta 2013), ésta es falsada en el 60% de los casos. Tal como puede apreciarse en los gráficos N°1 y N°2 que verás a continuación.
Gráfico N° 1

FL1

Gráfico N° 2
FL2

  1. Si consideramos que los países donde se ha validado esta hipótesis corresponden a sociedades altamente institucionalizadas (con una institucionalidad democrática consolidada), tendríamos que concluir que la hipótesis sólo estudia la incidencia del bienestar económico en la alternabilidad democrática dentro de una sociedad democráticamente institucionalizada. Y no en las sociedades desinstitucionalizadas como la nuestra, donde tu pretendes validarla.
  2. De modo que la hipótesis de que el bienestar económico es una variable que incide sobre la alternabilidad democrática, no parece validarse en las sociedades desinstitucionalizadas o con altísimos déficits de institucionalidad democrática, ya que – sin duda por los indicadores que componen el índice- éste no incide en modo alguno sobre el cambio de los modelos políticos; esto es: incide sobre el cambio de gobiernos dentro de un mismo sistema democrático, pero no sobre el cambio de un sistema dictatorial hacía, por ejemplo, uno democrático.
  3. Lo que este estudio parece corroborar es que el aspecto más sólido de un sistema político no es precisamente las variables económicas sino las variables institucionales: la infraestructura institucional y no la infraestructura económica.
  4. Lo anterior reafirma la tesis que yo he venido sosteniendo a este respecto, según la cual: los países no llegan a las dictaduras, ni por la destrucción de su aparato económico, ni por sus grandes déficits sociales, sino por la destrucción de su aparato político institucional o por sus grandes déficits de institucionalidad democrática.
  5. Es lógico pensar que en los países donde la institucionalidad democrática es sólida, consolidada o con pocos déficits, la caída del bienestar económico (que pretende medir el índice de miseria) activa la voluntad de cambio del soberano, la cual es canalizada -a través del marco de regulación democrática- hacia las vías electorales como vías legales y legítimas de alternancia pacífica del poder y de renovación de la esperanza ciudadana. Por lo que, formalmente hablando, el índice de miseria (y) y el cambio político democrático (x) se expresan de manera funcional, al modo: y=f(x).
  6. Sin embargo en los países donde ha sido destruido la institucionalidad democrática o donde se registran altísimos déficits de institucionalidad democrática (como Venezuela), la caída del bienestar económico o el incremento del índice de miseria, al activar la voluntad de cambio del soberano sin cauces institucionales, la reacción popular se expresa efectivamente como tú lo percibes, como una anarquía (o como una anomia social). Aunque una anomia que tiene, a mi juicio, un patrón de comportamiento: a modo de “convulsiones sociales de naturaleza epilépticas”, parecido a los cuerpos flácidos que son sometidos a descargas eléctricas aleatorias: convulsionan por la reacción de los picos y son sometidos a progresivos niveles de represión que los fuerzan a absorber los impactos y a normalizarlos en un nivel superior de conflicto, y van repitiendo tal patrón de comportamiento social hasta que los niveles de represión terminan chocando contra la violación masiva de unos derechos humanos que se sostienen en los límites éticos nacionales e internacionales de la actuación de los estados no inviables ni forajidos.
  7. Por estas razones, yo sostengo que la perspectiva economicista que ha colonizado el pensamiento político – al igual que la perspectiva tecnocrática- forma parte de la antipolítica, ya que, este pensamiento, al sobrevalorar lo económico (o lo técnico), ha vaciado el discurso político de su contenido propiamente político, de su mirada institucional, para colocar en su lugar el puro contenido económico o técnico. Lo cual ha resultado fatal para la praxis política, en la medida en que nos fuerza a apartar la mirada del ámbito institucional, donde la democracia se juega la vida, y a colocar la preocupación en los problemas meramente económicos o técnicos. Y la verdad es que, si los formadores de opinión crearan en el soberano la misma preocupación por el deterior institucional que le han creado por el deterioro económico, la destrucción de la democracia sería una tarea mucho más difícil de la que hoy resulta.
  8. Por eso urge devolverle al pensamiento político su contenido político, que se centra en lo institucional, única forma de fortalecer nuestra institucionalidad democrática y contrarrestar las fuerzas entrópicas que nos empujan permanentemente hacia la dictadura. Porque de lo contrario, hasta con las soluciones políticas que pensamos, nos vamos precipitando aceleradamente hacia el despeñadero de la dictadura.
Mis saludos y mi aprecio.
Frank López

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