De la economía del crecimiento a la economía de la felicidad

La economía se está quedando rezagada en la historia y sin respuestas ante los problemas de fundamentales de estos tiempos: la pérdida de confianza en la democracia y en los actores políticos que, dan lugar a la amenaza populista en países avanzados y a la descomposición social en países con fragilidad institucional. En las aristas del pensamiento económico, desde el principio básico de la racionalidad fundada en la maximización a partir de posesiones materiales, la del logro subjetivo y emocional de sensaciones anheladas, hasta la de los equilibrios macroeconómicos, se observan las manifestaciones de la insuficiencia de las respuestas ante esa crisis de confianza, tanto en el mundo como en nuestro país.

Ya se notan signos de la nueva economía cuando pensamos más en las reglas que sirvan, a partir de ensayo y error, a modelar una dinámica social autorreguladora sustentable del mercado en armonía con el medio ambiente. La asociación de la felicidad con un supuesto bienestar material nos conduce en una vorágine interminable de posesión de cosas desde las vitales para la vida hasta las más insulsas que uno pueda imaginar con pocas posibilidades de sustentabilidad. Si se trata de la consecución de un determinado estado emocional, la búsqueda será igualmente inalcanzable, la persecución incesante de determinadas sensaciones nos deja atrapados pues siempre existirán unas y otras. La felicidad está más allá de una supuesta maximización de eventos agradables frente a los desagradables. Peor aún es cuando se cree que con tan solo manipulaciones macroeconómicas centradas en la prudencia fiscal y monetaria, se puede hacer algo en medio del poder discrecional y del manejo de información privilegiada que permite a unos pocos extraer rentas en contra de la mayoría.

Fuera de la escena de la economía, la mundialización masiva de las comunicaciones, la saturación de información de toda naturaleza, el uso intensivo, extenso e intencional de falacias, mentiras y provocaciones, desata en las personas una fuerza cargada de emociones y sentimientos tan grande que, las pruebas, los hechos y las refutaciones, son incapaces de hacer cambiar de parecer a la gente, aun cuando tengan conciencia de ello.

La verdadera disciplina económica posiblemente se encamine a orientar a la gente sobre la verdad de sí mismas. El verdadero reto es: cómo vivir mejor en el presente sin las distracciones fantasiosas de lo que pudo haber sido o de lo que vendrá. Quien tenga una motivación importante para su vida siempre encontrará cómo ser feliz, quien no la tenga podrá poseer todas las comodidades materiales y subjetivas, pero llevará una existencia poca realizadora e infeliz.

Es necesario un nuevo «mito compartido» mientras esté ausente cualquier cosa que se haga reforzará al populismo.

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